El 9 de octubre de 1958, el mundo fue sacudido por la muerte del Papa Pío XII, un líder religioso cuya figura ha estado envuelta en controversias desde su ascenso al pontificado. A pesar de su influencia y poder, su legado se vio manchado por las críticas a su silencio durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, lo que ocurrió durante su funeral fue aún más impactante y grotesco.
Poco después de su fallecimiento, se desató el caos en la Basílica de San Pedro. La preparación del cuerpo del Papa, realizada por un médico sin experiencia en embalsamamiento, resultó en un desastre. En lugar de un solemne tributo, el cadáver de Pío XII comenzó a descomponerse, liberando un hedor insoportable que provocó desmayos entre los miembros de la Guardia Suiza. La situación empeoró cuando, en un momento surrealista, el ataúd implosionó debido a la acumulación de gases, dejando a los asistentes atónitos y horrorizados.
Las autoridades del Vaticano se vieron obligadas a intervenir de inmediato. Se prohibió la entrada del médico responsable, Galeat Liisi, al Vaticano, y se modificaron los protocolos funerarios papales para evitar que un episodio tan bochornoso se repitiera. Este escándalo no solo marcó el final de una era, sino que también dejó una mancha indeleble en la historia de la Iglesia Católica.
Mientras el mundo reflexiona sobre el legado de Pío XII, su muerte y el grotesco funeral que siguió han reavivado debates sobre su papel durante uno de los períodos más oscuros de la humanidad. La figura del Papa, que una vez fue símbolo de unidad, ahora se enfrenta a un escrutinio sin precedentes. ¿Fue un líder espiritual o un cómplice del silencio? La controversia continúa.