Robin Williams, el icónico comediante y actor, nació en julio de 1951 en Chicago, en una familia acomodada, pero su infancia estuvo marcada por la soledad. La distancia emocional de sus padres lo llevó a desarrollar una personalidad introvertida y a crear amigos imaginarios, convirtiendo las voces que escuchaba en su única compañía. Este trasfondo de búsqueda de atención moldeó su talento cómico a lo largo de su vida.

A medida que crecía, Williams encontró su voz en la actuación y el stand-up, destacándose en la escena de San Francisco. Su gran oportunidad llegó con el personaje de Mork en “Happy Days”, que lo catapultó a la fama y lo llevó a protagonizar su propio spin-off, “Mork & Mindy”. Sin embargo, el éxito trajo consigo problemas: la presión lo llevó a recurrir al alcohol y las drogas, afectando sus relaciones y su vida personal.

Después de varios altibajos, incluyendo un divorcio y la lucha contra sus adicciones, Williams encontró estabilidad con su segunda esposa, Marsha, y disfrutó de un renacimiento profesional con películas como “Buenos días, Vietnam” y “El club de los poetas muertos”, por las que recibió aclamación crítica. Sin embargo, su vida personal seguía marcada por la infidelidad y la lucha con sus demonios internos.

En 2014, Williams fue diagnosticado erróneamente con Parkinson, lo que intensificó su sufrimiento. A pesar de sus intentos de mantenerse sobrio y recuperar su carrera, la presión y la lucha contra la depresión lo llevaron a un trágico desenlace. En agosto de ese año, Robin Williams se quitó la vida, dejando un legado de alegría y risas.

Su muerte conmocionó al mundo y resaltó la importancia de la salud mental. A través de sus personajes, Williams enseñó sobre la empatía y la búsqueda de la felicidad, recordándonos que incluso los más brillantes pueden luchar en la oscuridad. Su historia es un recordatorio de la complejidad del ser humano y la profunda necesidad de conexión y comprensión en la vida.