El mundo del cine tiembla ante la noticia más dolorosa de la década: Robert Redford, la leyenda viviente de Hollywood, ha partido en la intimidad de su hogar en Utah. El comunicado familiar fue breve, frío, casi un suspiro… pero las palabras de su amiga de toda la vida, Meryl Streep, han encendido una ola de emoción y preguntas sin respuesta.
Con la voz quebrada, Streep confesó que lo que más le duele no es la muerte en sí, sino la forma en que Redford eligió irse. “No hubo una llamada, no hubo un adiós, solo el silencio”, relató, revelando que el actor llevaba años desvaneciéndose poco a poco, alejándose no solo de los focos, sino también de quienes lo amaban.
Para Meryl, Redford fue mucho más que un colega: fue el símbolo de un cine íntimo, de miradas que decían más que los diálogos, de gestos que llenaban la pantalla. “Era un hombre que hablaba con silencios. Y quizá ese silencio es lo que eligió como último acto”, confesó con un nudo en la garganta.
Los rumores sobre su salud llevaban tiempo circulando, pero nunca hubo certezas. Ahora, a la luz de su partida, se confirma lo que pocos sospechaban: Redford no solo se retiró del cine, se retiró del mundo. La muerte de su hijo James, el peso de los años y su determinación de no buscar atención pública lo fueron apartando hasta convertirse en un fantasma incluso entre sus más íntimos amigos.
“Él no solo se retiró, él se fue de todos nosotros”, insistió Streep, reflejando el dolor de quienes lo acompañaron en su viaje artístico y personal.
Hollywood se prepara para rendir tributo al eterno galán de The Way We Were y Butch Cassidy and the Sundance Kid, pero la herida es profunda: Redford eligió un adiós sin ruido, un adiós que deja preguntas sin respuesta. “A veces lo más doloroso no es la pérdida, es la ausencia sin explicación”, reflexiona Meryl, mientras millones de admiradores en todo el planeta sienten el vacío de su partida.
Robert Redford se va como vivió: elegante, enigmático, dueño de su propio destino. Su legado es inmortal, pero su silencio final nos recuerda que no todas las despedidas son grandiosas, algunas son apenas susurros que dejan ecos eternos.